RAÍCES PROFUNDAS, PERSONAS FUERTES
- Ariel Romero Lopez
- 8 ago
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“ARRÁIGUENSE profundamente en Él y edifiquen toda la vida sobre Él. Entonces la fe de ustedes se fortalecerá en la verdad que se les enseñó, y rebosarán de gratitud” (Col.2:7, NTV).

SEMBRADOS EN BUEN SUELO
Este verso nos traza un rumbo seguro. Nos llama a echar raíces profundas y firmes, capaces de sostenernos en los días cuando los vientos soplan con fuerza y la tierra parece temblar bajo nuestros pies… porque, en esta vida, nadie está exento de ser sacudido; y menos en esta generación, tan dura de resistir y tan pesada de sobrellevar.
En pocas palabras, aquí se nos asegura que la victoria espiritual es cierta… si nuestras raíces están bien plantadas.
Pero a veces, preferimos una vida ligera, sin compromiso, una experiencia superficial. Y en lo profundo sabemos que un estilo de vida así no puede producir fruto bueno, ni útil, ni duradero… jamás.
¿Y qué son, entonces, esas raíces?Raíces en Dios mismo, en la comunión viva y personal con Él…Raíces en su Palabra santa…Raíces en la vida de la iglesia, como cuerpo de Cristo…Pero, sobre todo, raíces en la persona gloriosa de nuestro Señor, en su esencia, en la intimidad de una relación diaria y real con Él.
Lo que Pablo nos pide aquí es que permanezcamos en la fe genuina, la misma que recibimos desde el principio, con la sencillez pura con que nos fue entregada por nuestros primeros pastores y hermanos mayores, y que el Espíritu Santo confirmó en lo íntimo como verdad eterna. Esas convicciones son el cimiento más seguro; nunca debemos traicionarlas, sino guardarlas como el más precioso tesoro.
Porque esa ancla del alma no es solo certeza de lo que creemos, sino un gozo diario, una experiencia viva, un caminar continuo al lado de Cristo, tomados de su mano, hasta llegar a la meta final.
NUESTRAS VIDAS: PLANTAS DE DIOS
El apóstol Pablo dijo a los creyentes: “Porque somos colaboradores con Dios, y ustedes son la propiedad de Dios, su campo de cultivo, su edificio” (I Cor. 3:9, NTV). Otras versiones lo expresan así: “Plantío de Dios” y “la tierra que Dios cultiva”.
Todos tenemos, al menos, una idea de lo que significa sembrar una planta. Sabemos que, si sus raíces están apenas sobre la superficie, cualquier cosa puede marchitarla o matarla. Pero, conforme la planta echa raíces más profundas, se fortalece; y aquella que parecía débil comienza a afirmarse, a crecer, a llenarse de vida y a extenderse en altura y hermosura.
Así es también con nosotros: para ser personas fuertes, necesitamos raíces sanas, y éstas se nutren de nuestra comunión constante con Dios.
Ser cristianos firmes es ser plantas espirituales bien afianzadas en el suelo de la fe, de modo que ni el viento, ni el clima, ni los elementos adversos puedan arrancarnos.
Un día, cada uno de nosotros fue plantado en el Evangelio; pero es cuando comenzamos a echar raíces que nuestra vida empieza a cobrar fuerza; y, a medida que se profundizan, también crecemos hacia arriba y florecemos.
Toda planta solo puede elevarse tanto como lo permitan sus raíces; solo será sólida y fuerte en la misma medida en que esté bien anclada bajo tierra.
Todos conocemos personas que saben de Dios, que incluso asisten a una iglesia, pero que no tienen raíces profundas. No están bien aferradas al suelo; y cuando llegan las crisis, las pruebas o la tentación, son derribadas, se secan… y finalmente mueren.
TIEMPOS DE DECEPCIÓN
Los hijos de Dios no solo enfrentamos pruebas y tentaciones, sino también la decepción, un mal muy común en estos tiempos en que el desencanto se ha extendido…Acerca de las iglesias…De los pastores…De experiencias y eventos cristianos…De relaciones con hermanos en la fe que, por ahora, no han sido ejemplo vivo del amor de Cristo.
En momentos así, ¿qué es lo que sostiene a una persona firme y sólida?Son las raíces profundas, esas ramas interiores que brotan de la experiencia personal con Dios; esos encuentros íntimos, esos diálogos callados y hondos que nos fortalecen desde lo más profundo, desde abajo hacia arriba.
Si tu vida —tu árbol— está construida del suelo hacia arriba, entonces los vientos, las lluvias, el calor, el pisoteo de quienes pasan, y los vendavales del mundo revelarán su fragilidad y debilidad, porque está edificada superficialmente. Pero también, por otra parte, la fuerza de una pequeña planta, que al crecer hacia abajo puede llegar a ser un gran árbol, generoso en frutos, y que da sombra y alimento a muchos.
Jesús dijo: “¿A qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Con qué parábola podemos ilustrarlo? Es como una semilla de mostaza, que aunque es la más pequeña de todas las semillas, cuando se planta crece y se convierte en la más grande de las hortalizas, y echa grandes ramas, de modo que las aves pueden anidar bajo su sombra.” (Mr.4:30-32, NTV).
SIN FRUTO PARA DAR
Así como el árbol que echa raíces profundas crece y da sombra, también debe dar fruto que alimenta y bendice. No basta con sobrevivir; el llamado es a dar vida, a reflejar en nosotros la abundancia del Reino de Dios. Pero, ¿qué pasa cuando nuestras vidas no dan ese fruto esperado? ¿Dónde está la falla? Descubramos juntos por qué algunas plantas permanecen estériles, y otras, en cambio, florecen y producen en abundancia.
Hay personas que nunca dan fruto…No dan fruto del Espíritu,ni fruto de almas,ni fruto de crecimiento personal y de fe.
El fruto del Espíritu son esas cualidades hermosas que reflejan el carácter de Cristo: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gal.5:22-23, NTV).
La voluntad de Dios es que todos demos mucho fruto: “Ustedes no me eligieron a mí, sino que yo los elegí a ustedes, y los puse para que vayan y den fruto, fruto que dure. Así el Padre les dará todo lo que pidan en mi nombre. Mi Padre es glorificado cuando dan mucho fruto y demuestran ser mis discípulos” (Juan 15:16, NTV).
Entonces, ¿por qué muchos no muestran esa abundancia de fruto? Porque los nutrientes esenciales para producir frutos excelentes están bajo tierra, y la planta debe esforzarse para llegar a ellos. La planta debe buscar la humedad, estirarse, sortear rocas y obstáculos para absorber los minerales que la nutren.
Una planta superficial, o que es trasplantada una y otra vez sin cuidado, no puede dar el fruto deseado. Así puede ser nuestra vida espiritual.“El que fue sembrado en terreno pedregoso es el que escucha la palabra y al principio la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo y solo dura un tiempo. Cuando llegan problemas o persecuciones a causa de la palabra, rápidamente se aparta” (Mr.4:16-17, NTV).
IMPORTANCIA PRIMORDIAL DE LA COMUNIÓN
Después de entender la importancia de echar raíces profundas para dar fruto, volvemos ahora al fundamento mismo de esas raíces: la comunión íntima y verdadera con Cristo. No basta con ir caminando en la fe, es necesario arraigarse en la persona de Él, la fuente de toda vida y fuerza.
A veces no estamos realmente arraigados; carecemos de raíces profundas que sostengan nuestra fe y vida.
¿En qué debemos arraigarnos?
En la Palabra de Dios.
En la oración sincera.
En la comunidad de la Iglesia.
Pero cuando Pablo exhorta a los creyentes a estar “arraigados y edificados en Él” (Col.2:7), se refiere a lo más esencial: a la persona misma de Cristo, en quien debemos echar nuestras raíces con firmeza.
No es simplemente participar en oraciones colectivas o levantar un clamor público con los hermanos; es algo más profundo y personal.
Se trata de una comunión verdadera, “persona a persona”, en lo secreto del corazón con nuestro Señor. Un lugar donde podemos ser vulnerables, sinceros, y presentarnos tal como somos, expuestos al minucioso escrutinio del Padre, quien conoce cada rincón de nuestro ser.
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; ponme a prueba y conoce mis pensamientos. Mira si hay en mí camino de maldad, y guíame por el camino eterno.” (Sal.139:23-24, NTV). “Pero cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en secreto. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt.6:6, NTV).
Esta dimensión de comunión se vive al pedirle a Dios que nos mire con ojos de sabio discernimiento; que Él sea quien juzgue verdaderamente nuestro corazón y toda nuestra persona.
¡Oh, que podamos decir con humildad: -Señor, sé Tú quien escudriñe mi vida y me revele lo que necesito cambiar-!
CONOCIDOS POR DIOS
Profundizar con Dios implica abrir nuestro corazón sin reservas, dejando que Él nos conozca plenamente. No hay nada oculto para su mirada amorosa; solo en esa transparencia nace la verdadera comunión, la amistad sincera que transforma el alma.
Ser profundos con Dios es vivir en comunión íntima, en charla de amistad con Él, permitiendo que entre hasta lo más profundo del alma, sin límites ni reservas.
“Ahora vemos como en un espejo, oscuramente, pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré plenamente, así como he sido conocido.” (I Cor.13:12, NTV). “Conociendo a Dios, o mejor dicho, siendo conocidos por Dios” (Gal.4:9, NTV).
Hay cosas en nuestro corazón que no nos llenan de orgullo; que, de hecho, nos causan vergüenza:
Conductas,
Pensamientos,
Intenciones,
Compañías,
Hábitos,
Costumbres,
Conversaciones,
Relaciones,
Lugares.
Pero, ¿acaso la vida abundante no consiste en confiar en el amor del Padre? Sabemos que nos ama tal como somos, con todo lo que pensamos, hacemos y llevamos en el corazón.“No hay palabra en mi lengua, Señor, que tú no conozcas completamente.” (Sal.139:4, NTV).
Cuando fallamos y pecamos, el miedo suele visitarnos:
Miedo a hablar con Él,
Miedo a perder su amor,
Miedo a perder la oportunidad de crecer con Él,
Miedo a que el Padre deje de confiar en nosotros.
Pero, contra toda lógica, debemos animarnos a hablar con Él, a perder la vergüenza y ser sinceros, confesando incluso nuestra deslealtad. Porque Él ya lo sabe todo, y aún así se complace en que se lo relatemos con confianza. “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.”(Rom.5:8, NTV).
Nuestra amistad con Dios debe ser tan profunda que podamos presentarnos sin reservas, tal cual está nuestro corazón.“Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo, trátame como a uno de tus jornaleros.” (Lc.15:18-19, NTV). ¡Qué hermoso pasaje! ¡Y el Padre ya lo esperaba con los brazos abiertos!
¡Oh, si pudiéramos llegar a esa confianza con Dios! Sería maravilloso. Es abrirle nuestro corazón, reconocerlo todo, y tener la seguridad de confesarle lo que hay en nosotros sin miedo ni ocultamientos.
PROFUNDOS… NUNCA SUPERFICIALES
Después de abrirnos a la verdad vulnerablemente ante Dios, aprendemos que nuestra relación con Él no debe ser superficial ni rutinaria. Nos invita a una comunión auténtica, sincera y cotidiana, donde la mediocridad no tiene lugar, y cada palabra es un paso más profundo en el caminar con Él.
Sé profundo en tu relación con Dios, no superficial.
No vivas una relación de rutina, ni de religiosidad vacía. ¡Reprendamos toda mediocridad!No podemos ser tibios frente a un Padre tan amoroso, que nos llama insistentemente a la comunión verdadera.
Él nos invita a la comunicación limpia, sincera; a “abrirnos de capa”, a decirle lo que nos molesta y lo que nos alegra, a conversar sobre nuestras fortalezas y debilidades.
Pero también anhela que le hablemos de lo humano, de la vida cotidiana y sus detalles. No quiere solo “temas mega celestiales” — guerra espiritual, revelaciones o debates teológicos — sino que nuestra plática sea real, viva, cercana. “Grábate estas palabras en tu corazón. Enséñalas con insistencia a tus hijos. Habla de ellas cuando estés en casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes.” (Dt.6:6-7, NTV).“Oren sin cesar.” (I Tes.5:17, NTV).
¿O es que acaso no hemos entendido este llamado? Él siempre quiso acercarse a nosotros, compartir la vida, y habitar entre nosotros en nuestra humanidad.
Lo sabemos porque Su revelación fue progresiva, “de menos a más”, después del pecado original que nos separó de Él.
En la dispensación del Padre, fue revelado como “Dios de nosotros”.
Luego, en la dispensación del Hijo, se reveló como “Dios con nosotros”.
Y finalmente, ¡cumplió Su sueño anhelado! Morando en cada uno como el “Dios en nosotros”.
TRANSPARENTES Y FRATERNOS
Ser profundos con Dios no solo implica vulnerabilidad y comunión íntima, sino también transparencia y sinceridad en Su presencia. Es abrir nuestro corazón, incluso en lo cotidiano, y vivir en una relación de amistad donde Él es nuestro compañero constante y deseoso de nuestro tiempo y atención. Dios quiere que compartamos con Él incluso sobre nuestra convivencia con otros, y sobre todos nuestros pensamientos.
Siempre ha deseado estar con nosotros en todo momento, anhelando que le contemos lo cotidiano, lo humano, lo natural en nuestra vida.
¡Le encanta estar con nosotros! Que le expresemos nuestro sentir. ¡Él disfruta nuestra compañía!Dios aún se pone celoso cuando tenemos amigos, familiares o actividades a quienes damos más tiempo que al Espíritu Santo. “¿O no saben ustedes que la Escritura dice: El Espíritu que Dios ha puesto en nosotros nos anhela celosamente?” (St.4:5, NTV).
Recuerdo una ocasión en que Él me habló de esto y me dijo: — ¡Cuánto quisiera que me procuraras y me dieras el tiempo y la atención que le das a ese amigo tuyo! —A lo que respondí: — ¡Perdóname! —
Como dice aquel hermoso canto de Luigi Castro:“Sé que te he fallado,Tu presencia he descuidado,Ven y limpia todo lo que hay en mí.”
Aprendamos a ser esa persona que le da al Espíritu Santo todo el espacio que merece y necesita.
CENTRADOS EN CRISTO
Después de aprender a ser transparentes con Dios y a entregarle nuestro tiempo y corazón, damos un paso más: vivir con Cristo en el centro de nuestra vida, para que todo gire alrededor de Él, nuestra roca y esperanza segura.
Arráigate en el Señor, y que toda tu vida gire alrededor de esa comunión profunda con Él. Que Él sea el centro, la raíz que sostiene cada aspecto de tu ser.¿Eres “cristocéntrico”? ¿O acaso tienes a Jesús solo en la periferia, usándolo como un pronto auxilio en las tribulaciones? Ciertamente, “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Sal.46:1, NTV), ¡pero Él es mucho más que eso!
¿Lo buscas solo cuando los problemas te abruman? ¿Es Dios para ti una “salida fácil”, un “ayudante útil”, un recurso al que recurres solo en emergencias? ¿Es Él un “segundón” en tu vida, o el principal?
Ser cristocéntrico es hacer de Cristo nuestra prioridad, partiendo de la verdad de que Él es primero por obra y por derecho, y que por eso todo en nuestra vida debe girar alrededor de Él.
Esta es la idea que Pablo expresó cuando dijo que debemos estar “arraigados y edificados en Él” (Col.2:7, NTV). No solo algunos aspectos, ni áreas aisladas, sino toda la vida construida sobre Él.
¿Y qué significa edificar la vida sobre Cristo? Significa cimentar nuestra existencia en Su persona y en la comunión constante con Él; caminar firmes en la revelación del Evangelio, en la certeza de nuestra salvación, y vivir “a cuentas cortas” con Él, confesando sin demora nuestras faltas, pecados y errores.
Esta comunión incluye también todo lo que compartimos mutuamente como amigos: lo que Él sabe de nosotros y lo que nosotros sabemos de Él.
Así descansamos seguros, sabiendo que nuestra vida se sostiene en la Persona de Cristo, en Sus atributos de bondad y misericordia, y en la paz que nos brinda Su cuidado amoroso, ese bendito “mentoreo de vida” que ejerce sobre nosotros cada día.
RESULTADOS DESEABLES
Cuando nos arraigamos en Cristo y lo ponemos en el centro de nuestra vida, experimentamos un fruto precioso: la fe que crece, el gozo que rebosa, y la paz perfecta que solo Él puede dar. Así, nuestra vida se convierte en una casa firme sobre la roca inquebrantable.
Como Pablo nos dice: “Entonces la fe de ustedes se fortalecerá en la verdad que se les enseñó, y así rebosarán de gratitud” (Col.2:7, NTV)
¿Cómo aplicamos esto? Después de profundizar en Cristo, vivimos una vida llena de gozo, que experimenta una paz perfecta, porque nuestra existencia gira en torno a la persona más segura de todo el universo: Cristo.
Así podemos vivir tranquilos, sabiendo que estamos bien con Él, en ese amor perfecto donde no hay secretos ni miedo.
Jesús enseñó: “Así que, cualquiera que me escucha estas palabras y las pone en práctica, lo compararé con un hombre sabio que construyó su casa sobre la roca. Cayeron lluvias torrenciales, vinieron ríos crecidos y soplaron vientos fuertes contra aquella casa, pero no se derrumbó, porque su base estaba sobre la roca.” (Mt.7:24-25, NTV).
Y también dijo: “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las fuerzas del infierno no podrán vencerla.”(Mt.16:18, NTV).
Pablo, por su parte, nos recuerda: “Y todos bebieron de la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo.” (I Cor.10:4, NTV).
¿HIJOS SUPERFICIALES?
Así como las relaciones humanas sufren cuando son superficiales y frías, nuestra relación con Cristo también puede enfriarse y perder su vigor. El Señor nos llama a amarle con todo el corazón, a ser hijos apasionados, arraigados en su amor.
Todos sabemos lo dañino que es vivir relaciones superficiales, como en el matrimonio o en la convivencia del hogar.
Por ejemplo, ¿cómo se siente la vida cuando todo es solo por encima? Datos superficiales, conversaciones superficiales, compartiendo solo lo básico, cada quien en su propio mundo, en su “propio canal”, en sus propios intereses.
¡Qué desabrido, qué peligroso! Qué riesgoso es guardar heridas que no salen a la luz, secretos que no queremos compartir, tiempo que no invertimos en profundizar.
Una relación puede volverse tan vacía que ya ni siquiera deseamos conversar, hasta llegar a sentir rechazo hacia el otro.
Sabemos que hemos llegado a esto cuando nos alegra que el otro se aleje, ya sea con amigos o solo, y cada quien vive por su lado.
¡Esto es superficialidad! Vivir juntos solo por un contrato, por los hijos, por el qué dirán, por conveniencia. Pero ya no hay disfrute ni pasión, ni romance ni gozo.Y en esa falta de profundidad, el enemigo aprovecha, sobre todo en las crisis y pruebas, allí el amor comienza a perderse.
Así es con Cristo.
“Pero tengo contra ti que has abandonado tu primer amor” (Ap.2:4, NTV).
“Yo conozco tus obras: ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero, como eres tibio, ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” (Ap.3:15-16, NTV).
Ámalo con todo tu corazón; no seas un hijo despegado, frío o cerrado.
¿No sabes qué lindo nos sentimos cuando un hijo querido todo nos cuenta, nos toma en cuenta y comparte su vida?
¿Y cómo duele cuando ese hijo se cierra, guarda secretos, se aleja, y nos entristece con su silencio?
Cuando todo es superficial, nada se disfruta, y todo se vuelve amargo.
Pregúntate a ti mismo:¿Cómo está tu relación con Dios?¿Estás bien arraigado, eres profundo?
¿Han llegado tus raíces más y más profundas en Su Palabra? ¿Y cómo va tu relación con la iglesia?¿Conoces bien el ministerio que te alimenta y al que perteneces? ¿Y tu fe, tus bases, tus enseñanzas, tu doctrina?
O tal vez, llevas una relación superficial, solo “por encima”.
MÁS QUE SEGUROS: RENACIENDO EN ÉL
Después de reconocer la importancia de una relación profunda y auténtica con Dios, entendemos que solo aquellos que han echado raíces firmes pueden resistir las tormentas de la vida y renacer con más fuerza.Cuando tenemos bases profundas, aunque vengan lluvias y vientos, esas raíces que con el tiempo han echado un agarre firme se aferran bien abajo en la tierra de lo celestial, y nada podrá arrancarlas. Puede que un viento fuerte deshoje toda la planta, que arranque frutos y ramas, casi dejando la planta desnuda y pelada, pero ella volverá a fructificar, porque las raíces permanecen firmes. Solo así podemos ser bendición para muchos.
Nuestra vida también atraviesa crisis y vendavales, momentos donde lo inesperado y doloroso parece no cesar, uno tras otro, golpe tras golpe. Pero es ahí donde se revela la fuerza de nuestra relación con Dios, si es profunda o solo superficial, edificada “del suelo para arriba”.
Así que no importa cómo luzca la planta por fuera, aunque pelona y sin frutos visibles hoy, porque fue sacudida y golpeada, lo que realmente importa es cómo estás “del suelo hacia abajo”, en lo profundo invisible, donde están las raíces que sustentan la vida.
ARRANCADOS: RAÍCES EXPUESTAS POR LA TEMPESTAD
Es fácil ser arrancados cuando no tenemos buenas raíces, ya sea en el ministerio, en la iglesia, en el matrimonio, o en cualquier área de nuestra vida. La falta de profundidad es la causa de la inestabilidad. Para formar personas confiables, se necesitan raíces que hayan cavado cada vez más profundo, extrayendo los minerales esenciales del suelo para nutrir el tronco, las ramas y las hojas.
Ese árbol, con la humedad, el oxígeno y el sol adecuados, florecerá perfectamente y dará fruto abundante e imparable. No es posible vivir una vida cristiana fructífera sin echar raíces profundas. Eso sería una contradicción que no corresponde ni a la naturaleza física ni a la espiritual diseñada por Dios. Quien no profundiza, simplemente no fructifica. Por eso debemos estar bien sembrados, aunque muchos rehúyen el esfuerzo que esto requiere.
Recordemos que de vez en cuando llegan terremotos y tormentas permitidas por Dios con un propósito claro: para separar lo bueno de lo malo.
Miremos cómo lo dice la Biblia:
“Entonces discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve” (Mal.3:18, NTV).
“Si te conviertes, yo te restauraré y estarás delante de mí; y si separas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos se vuelvan a ti, pero tú no te vuelvas a ellos.” (Jer.15:19, NTV).
Dios permite estas pruebas para purificar a Su pueblo, para sacudir la casa y que permanezca solo lo verdadero, lo inconmovible. Solo entonces se revela cómo está nuestro estado “debajo del suelo”, en lo profundo de nuestro ser.
La Biblia nos enseña:
“Es necesario que haya herejías entre ustedes, para que los que son aprobados se manifiesten claramente.” (I Cor.11:19, NTV).
“El juicio debe comenzar por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el destino de los que no obedecen al evangelio de Dios?” (I Pe.4:17, NTV).
“Dejen crecer juntos el trigo y la cizaña hasta la cosecha; y cuando llegue la cosecha diré a los segadores: Primero recojan la cizaña y átala en manojos para quemarla, pero recojan el trigo en mi granero.” (Mt.13:30, NTV).
“Esta frase ‘aún una vez’ significa que Dios removerá todo lo que se pueda mover, para que permanezca solo lo que es firme e inconmovible.” (Heb.12:27, NTV).
Dios gobierna su pueblo y permite esos momentos de prueba y purificación. Allí se conocerá la profundidad de tu raíz, la sinceridad de tu corazón, lo que solo tú y Dios saben. Y lo que allí se revela, lo notaremos todos.
No deseo que seas arrancado, destruido ni que tu vida quede sin fruto, que lo que empezaste se pierda. No quiero que mueras por no haber echado raíz.
“Otra semilla cayó en tierra pedregosa, donde había poca tierra; brotó pronto, pero al salir el sol se quemó, y como no tenía raíz, se secó” (Mr.4:6, NTV).
“El viñador dijo: Hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala, ¿para qué inutiliza la tierra también?” (Lc.13:7, NTV).
ARRAIGADOS PARA SIEMPRE
¿Eres profundo o superficial? ¿Cómo están tus raíces? No hablo ahora de tu aspecto exterior, sino de tu vida real: en tu relación con Dios, en tu conciencia… y también en tu matrimonio, en la relación con tus hijos, en tu reflexión interna y en tu convivencia con familiares.
Piensa bien cómo estás con tu iglesia local: ¿la conoces? ¿La amas? ¿La apoyas con tu tiempo y tus dones?
¿Y qué hay de tu relación con la Biblia? ¿La amas? ¿Te deleitas en ella cada día?
Pero, sobre todo, arráigate profundamente en la persona del Hijo de Dios. Conócelo más, porque al conocerlo te enamorarás más de Él, y así Él, con su unción divina, influenciará para bien todos los aspectos de tu vida.
Un consejo práctico para lograr esto es estudiar los Cuatro Evangelios —el corazón y centro de la Biblia— porque para tener una vida cristiana sólida es indispensable una revelación profunda y personal de la persona de Cristo. En ellos se revela claramente quién es Jesús.
Léelos y estúdialos una y otra vez, permitiendo que su palabra transforme tu corazón y fortalezca tus raíces en Él.
——
Obra original escrita por:
Ariel Romero López
México
Agosto de 2025
Contacto: ariel_rl@yahoo.com
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