“¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mt.2:2). "También reinaremos con él" (II Tim.2:12).
Jesús, el hijo de Dios, nació como rey para reinar. ¡Ese es un hecho! Pero también nosotros, cuando nacemos de nuevo, compartimos su linaje real. Somos hijos “participantes de la naturaleza divina”, “los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn.1:13; II Pe.1:4).
Tú y yo debemos siempre tener presente que cuando nacimos de nuevo, nacimos dentro de una familia real, llena de majestad y de gloria, llena de autoridad y de herencia.
Todo esto es gracias a “Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Ap.1:5,6).
Son muchas las Escrituras que nos dicen acerca de la bendita línea de realeza que poseemos gracias a nuestra relación con Dios, ¡gracias al poder del Evangelio! Veamos varias de ellas y crezcamos en fe.
EL REINADO DE CRISTO
¿En qué sentido Jesús es rey? Bíblicamente, queda demostrado por estas seis razones:
Por su procedencia israelita, como descendiente monárquico:
Jesús nació rey, porque es, según “la genealogía de Jesucristo, hijo de David”, el mejor rey de Israel (Mt.1:1). El linaje de Cristo es, por tanto, es un linaje real, descendiente de la línea monárquica de su nación.
Desde el Antiguo Testamento se le había profetizado a Israel que “un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Is.9.6).
Así que, entonces Jesucristo es rey sobre el pueblo judío, como nación.
Y aunque en su primer venida los israelitas no le recibieron como tal, Pilato, siendo gentil, llegó a decir “a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey!” (Jn.19:14), y mandó poner “sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS” (Mt.27:37).
En su nacimiento, reconocido por los gentiles:
Los reyes magos que visitaron al Señor desde lejanas tierras, siendo un bebé, dijeron: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mt.2:2).
Además, en reconocimiento a su rango de soberano, estos viajeros del oriente “postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (Mt.2:11).
En su entrada triunfal a Jerusalén, como guiador de Israel:
En tercer orden, el Señor fue proclamado rey en vida por parte de sus seguidores. Cuando entró a la Ciudad de Jerusalén, permitió y disfrutó la adoración hacia él de parte de quienes le reconocieron voluntariamente.
“La gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt.21:19).
Esto fue cumplimiento de una profecía que en cuanto a él decía desde la antigüedad: “No temas, hija de Sion; he aquí tu Rey viene, montado sobre un pollino de asna” (Jn.12:15).
Por la conversión de los creyentes, sobre la Iglesia:
Ahora bien, Jesús también es rey y Señor Soberano sobre nuestras vidas como creyentes nacidos de nuevo, gobernando sobre nuestras voluntades y destino, para lo mejor. “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron; mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn.1:11,12).
Como veremos más abajo, cuando somos hechos hijos de Dios, somos constituidos “hermanos menores” de Jesús, y como tales también participamos del principado espiritual referente a nuestra identidad y naturaleza.
En su Segunda Venida, para vencer sobre el reino del mal:
Jesús también vendrá como rey con tan gran poder que someterá a los pueblos de la tierra debajo de su autoridad, como le fue profetizado desde el Antiguo Testamento, cuando se escribió: “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás” (Sal.2:8,9).
En el Milenio, para establecer su reino terrenal:
La Biblia nos habla del reino milenial de Cristo, material y terrenal, subsecuente a su regreso. Nos dice que “Jehová reinará sobre ellos en el monte de Sion desde ahora y para siempre” (Miq.4:7). “Y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lc.1:33).
Su majestuoso reinado también quedó descrito en la Carta a los Hebreos, en estas palabras: “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino. Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros” (Heb.1:9).
EL REINADO DE NOSOTROS
Ahora bien, también existe un hecho glorioso en la experiencia cristiana de los salvados, y es el del reinado que corresponde a nosotros. Posicional y gubernamentalmente, nosotros compartimos con Jesús su naturaleza divina, y por tanto participamos de su realeza. Estamos sentados con él a la diestra del Padre, compartiendo su autoridad, porque, como se nos explica, “Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Ef.2:4-7)
Como dijimos arriba, desde que nacemos en la familia de Dios, ahora somos “hermanos menores” de Jesús, y como tales también participamos del principado espiritual referente a nuestra naturaleza. “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Heb.2:11).
Pero, ¿de qué manera reinamos nosotros? ¿En qué consiste, en la práctica, nuestra realeza?
Debemos conocer y honrar nuestra identidad monárquica en los siguientes aspectos:
Sobre la naturaleza pecaminosa:
En primer lugar, los cristianos reinamos sobre el reino del pecado, el cual en otro tiempo reinó sobre nosotros, pero que ahora nosotros tenemos sometido, como dice: “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Rom.5:17).
¡Aleluya! Aunque el pecado era nuestro cruel tirano por medio de la muerte, ahora nosotros lo tenemos aplastado y derrotado, triunfando efectivamente sobre él en la práctica. San Pablo escribía a los romanos que “el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies” (Rom.16:20).
En cuanto al disfrute de la comunión con el Dios Altísimo:
En segundo orden, siendo justificados, reinamos como reyes en nuestra vivencia terrenal porque gozamos de la vida eterna desde ahora, ¡aquí mismo en la tierra!, viviendo en esa dimensión y en ese nivel, caminando como ciudadanos celestiales en este mundo, ¡con todas las prerrogativas, privilegios y derechos de nuestro rango!
Nosotros nos movemos en lo sobrenatural, en una dimensión de altura a que no acceden los que no conocen a Dios.
Donde llegamos, llega su reino. Por esto mismo dijo: “Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado” (Mt.10:7).
Sobre los vaivenes y vicisitudes de la vida:
También, reinamos “en vida” sobre las malas circunstancias y adversidades que nos pueden llegar a suceder, ya que él ya venció por nosotros: “En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Rom.8:37).
En cuanto nuestra influencia social:
En otro orden, también reinamos cuando usamos de la autoridad que se nos compartió como “hijos de Dios” para establecer su reino aquí en la “civilización” de la tierra, con todos valores de justicia y su orden de rectitud dentro de la sociedad en la que nos ha tocado vivir. La iglesia de Cristo es la única que puede traer el reino De Dios a la tierra, orando: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt.6:9,10).
Nosotros atraemos transformaciones y modificaciones en los aires mediante la oración intercesora y demás armas espirituales que se nos han confiado.
Sobre el reino de las tinieblas:
Los hijos de Dios reinamos también por virtud de la tremenda autoridad que se nos ha dado sobre el poder de todos los demonios, con el cual podemos someter todas las potestades de maldad; pero no solo para lograr y mantener nuestra valiosa libertad personal y familiar, sino también para extender su reino liberando a muchos de las cadenas de opresión.
Jesús dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Lc.10:18,19).
El el reino venidero:
Y finalmente, también reinaremos con Cristo durante el Milenio.
Aun cuando pasamos circunstancias adversas como discípulos, no debemos perder nuestro enfoque, identidad y misión, porque al final “si sufrimos, también reinaremos con él” (II Tim.2:12), compartiendo de su autoridad de gobierno, cuando se cumplan las palabras: “Buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades” (Lc.19:17).
Jesús mismo dijo a la Iglesia: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana” (Ap.2:26).
VISIÓN DIPLOMÁTICA
Muchas veces no entendemos ni apreciamos estos poderosos hechos, y por ende no vivimos en la realeza del cielo, disfrutando nuestra dignidad celestial, y bendiciendo a muchos por medio del buen uso de ella.
Muchas veces, siendo reyes, no caminamos como tales, ¡y esto constituye una falla, de parte de nosotros! “Hay un mal que he visto debajo del sol, a manera de error emanado del príncipe: la necedad está colocada en grandes alturas, y los ricos están sentados en lugar bajo. Vi siervos a caballo, y príncipes que andaban como siervos sobre la tierra” (Ecl.10:5-7).
Debemos pedirle a Dios mayor revelación de nuestras facultades espirituales y entender a plenitud la dimensión de nuestra posición de autoridad. Acerca de vivir así, San Pablo se dirigió a los efesios, diciendo: “Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Ef.1:17-23).
Necesitamos adoptar una visión diplomática, de entender nuestra ubicación aquí en la tierra con un gran sentido de misión, como delegados y emisarios de un reino divino, como embajadores del gobierno del cielo.
Solo a través de la Iglesia se puede establecer el reino de Dios en la tierra, pero no solamente ganando almas para Cristo mediante la conversión, sino además influenciando sobre todas las esferas de la vida de nuestra generación, hasta ver su gobierno operando a plenitud aquí.
Reinamos como sus emisarios, voceros y representantes diplomáticos: “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (I Pe.2:9).
Esta es la hora en que los hijos de Dios nos levantemos a demostrar la restauración de la altura para la que Dios creó al ser humano, explotando todas sus capacidades para bendecir la creación y su entorno, como se dijo en Salmos: “Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies” (Sal.8:5,6).
Es la hora de la Iglesia para reinar, cumpliendo lo que se le encomendado, “mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Ef.2:7).
Creyente: Aprende a reinar. “Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis” (I Cor.4:8). “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread” (Gen.1:28).
Por:
ARIEL ROMERO LÓPEZ
(c) 2024
Pastor General - Ministerio Vino y Aceite Internacional
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Tema:
NACIDOS EN REALEZA
Versículo:
“¿Dónde está el rey de los judíos? También reinaremos con él” (Mt.2:2; II Tim.2:12).
Artículo corto:
Jesús nació como rey para reinar, y cuando que nacemos en su familia compartimos su linaje real.
Maravilloso artículo mi pastor 🔥 , que luz da cada párrafo , de extrema bendición .
Somos Nacidos en Realeza por aquel que nos llamo a su luz , por gracia y amor eterno .
Me siento tan bendecido al leerle
Un abrazo amigo mío